
Dios me ha concedido la gracia de contemplarla y con la mirada palparla, mientras trato de sentir con los ojos lo que deseo sentir con las manos y que después mi tacto se haga hielo si no encuentra más calor que el que su sonrisa emana; porque sé que debe ser mía aunque ella misma no lo sepa; mía porque el cielo lo ha dictaminado con sus estrellas el día de su santo y con la luna cercana a la tierra las noches de sopor en que sus sueños me evaporan. Mía con la razón de la tierra que alberga su aroma de hembra fértil y me hace desear cultivar sus jardines y cosechar su única flor y así tullida, pero aun hermosa, asentarla en aquel trono en el que con un sólo cirio, miles de veces encendido, aceites e inciensos, sería adorada mi deidad única y mi vida en vida y mi vida en muerte. Porque con ésta pasión con que mis palabras brotan sea recompensado en mil por ciento y sea infinitamente amado, como lo es ella, aunque lo ignore.

